jueves, 13 de junio de 2013

-Hasta ahora todo va…

La acción comunicativa intercultural es observada en una infinidad de escenarios, sin embargo, ahora trataré de comprenderla a través de un caso particular, la película La Haine (1995) usando particularmente la Teoría de la Gestión de la Ansiedad y la Incertidumbre de W. Gudykunst. En esta propuesta teórica Gudykunst afirma que la comunicación intercultural se da en la comunicación entre forasteros y nativos, lo cual genera mal entendidos por la diferencia en el uso de signos y lenguaje, lo que a su vez desencadena incertidumbre y ansiedad, de ahí se desprende la incertidumbre explicativa y la predictiva, que son mecanismos de respuesta ante lo “desconocido” que se presenta. Todo esto puede ser resuelto a través de la gestión de una comunicación efectiva en la que se desarrollan competencias comunicativas tales como la motivación, el conocimiento y la destreza.

Pero para entender esto, primero debemos diferenciar entre forastero y nativo; el primero de ellos es quien llega o se introduce a un entorno desconocido, mientras que el nativo es quien ha experimentado una adaptación anterior y ahora se desenvuelve en dicho entorno de una manera adecuada. En la película francesa, nos presentan a tres personajes principales, Vinz (judío), Hubert (negro) y Said (árabe), quienes representan perfectamente parte de los grupos más rechazados históricamente, ellos son vistos como forasteros, y tratados de tal manera. Sin embargo, a pesar de los malentendidos que Gudykunst anticipa, se logra crear dentro del desorden comunicativo, el orden para la convivencia entre los grupos señalados como forasteros, lo que demuestra que a pesar de todo, se sobrepase de alguna manera, esos malentendidos que William asevera.

Ahora, el problema se centra en el racismo y discriminación que han resultado de una construcción social derivada de la interpretación propia de la cultura francesa de la década de los ’90. Dicho de este modo, la respuesta es la identificación de este constructo (como lo señala el teórico), más no la identidad empática que pudo haber generado un espacio de diálogo o apertura dentro de los grupos relegados y los represores (faltante en esta teoría).

De esta manera, si en el nivel de identificación se planteara también la participación afectiva para la decodificación de la otra realidad estaríamos frente a la comprensión de los símbolos que conforman la alteridad y que nos hacen diferentes, comprendiendo que en la diferencia surge la brecha y la plataforma hacia nuevos métodos de comunicación, mismos que, no serán absolutos ni verdaderos ni para el uno ni para el otro, pero por lo menos se acercará a una comunicación más eficaz, sin tanta encrucijada.