Existe una vieja leyenda entre los habitantes de una región en Italia, la cual cuenta que en las noches más tranquilas, lejos de las ciudades, allá, en la espesura del bosque, se puede oír el canto de las estrellas y el misterio del tiempo con tan solo acostarse en la hierba, cerrar los ojos y respirar, entonces la tierra hablará para aquel que sepa escuchar.
El ser humano ha pasado su existencia buscando las verdades universales, para, por medio de éstas, poder conocerse a sí mismo. Sin embargo, lo mucho que ha logrado ha sido poco en comparación con lo que hubiese podido haber descubierto con la simple acción de escuchar.
No quiero parecer una moralista más que encuentra en el escuchar la panacea imperante en toda sociedad, pero debo aclarar que es ésta acción la que constituye buena parte de la evolución por la que hemos atravesado a lo largo de los siglos.
Como todo proceso comunicativo, escuchar requiere habilidades especiales para poder llevar a cabo ésta acción. Un ejemplo atrayente acerca de cómo una cultura expresa este fenómeno, es el de los tojolabales, quienes, por lo que interpretamos, conciben el hablar y el escuchar, como elementos integrados en una sola acción; es decir: yo hablo y tú me escuchas, puesto que somos parte el uno del otro en la concepción ontológica del nosotros. (¡Sería hermoso si nuestro intelecto occidental pudiera comprenderlo y aplicarlo!).
Lenkersdorf realiza una importante aportación al enfatizar la habilidad de este grupo para realizar una actividad que poco profundizamos en nuestra cotidianidad; más allá de la mirada utópica, nos da la pauta para poder acercarnos a aquellas sociedades que son ajenas a nosotros.
Nos enseñan que escuchar lo que el corazón habla se lleva a cabo cuando existe un emparejamiento de los que interactúan, hecho que se complica cuando el que escucha no está relacionado con la cosmovisión del que habla, de tal manera que para escuchar al otro, deberá existir un desprendimiento de códigos naturales adquiridos, para así, tratar de recibir el mensaje lo más puro posible, uniéndolo a la disposición de comprender las creencias y saberes del hablante. (Claro que esto se torna solo una idealización, pues el lenguaje se transforma desde el momento en que se produce).
Sea como sea, es innegable que en cuanto a comunicación (específicamente el acto de escuchar) la comunidad tojolabal –como otras tantas comunidades indígenas- nos lleva un largo trecho.
Quizá nuestro problema radique en la complejidad del mero acto comunicativo; complejidad que, amedrenta la siempre latente y desganada intención occidental del escuchar.
domingo, 24 de marzo de 2013
lunes, 18 de marzo de 2013
Die weisee massai
La importancia de esta película, radica en la comprensión de espacios interculturales inherentes al ser humano, es decir, la conciencia de la otredad cultural, sobre todo entre razas diferentes.
Si aquí en México, que es una nación multicultural nos cuesta ponernos de acuerdo en asuntos tan básicos como la educación o la forma de gobernar, las diferencias que podemos hallar de un país a otro, hacen de la comunicación un fenómeno complejo.
Lejos del asunto pasional entre Corinne y Lketinga, lo que se muestra es una compleja relación donde los sentidos y los hechos que rodean a esta pareja, demuestran las diferencias sociales y culturales que hay entre ella y él. Por ejemplo, podríamos hablar de un tema tan universal como el amor para partir de ahí. En este caso, el amor es entendido de diferentes formas en todos lados, incluso en nuestro mismo grupo de amigos; para Lketinga en el amor no había muestras de afecto o ternura, para Corinne, la forma occidental del amor, le sugería ternura y sensibilidad porque así se lo han enseñado.
Es decir, nosotros somos por lo que hay a nuestro alrededor, somos por los otros, nos construimos y nos construyen; y es en esa construcción colectiva, donde hallamos el sentido de lo que llamamos “vida”, porque incluso se nos dice cómo se debe vivir. Y no es que sea malo, de hecho, es necesario; sin embargo, el descubrimiento interno tiene que ver con ese libre albedrío del cual todos hablan y nadie dice cómo encontrarlo, mismo que sugeriría una autopoiesis, si la hubiera (ya nada es nuevo-Magritte).
Pero dejando de lado a las representaciones sociales del imaginario colectivo (imaginando creamos), pensemos en un tema más, el desarrollo. Corinne, como típica occidental capitalista, tenía una visión del desarrollo errónea para la comunidad en donde se encontraba, o más bien, para el matrimonio que había formado con su guerrero massai. Y es que siempre pensamos (como buenos occidentales) que el desarrollo es aquel que viene ligado al factor económico, lo que es una aberración en muchos entornos.
Quien de verdad está interesado en el desarrollo de alguna comunidad, es aquel que primero se documenta acerca de las costumbres del lugar, el modo de vida, las actividades económicas y culturales, las personas que dirigen a la comunidad y demás factores, que en conjunto, generan una visión amplia acerca de lo que es, lo que se necesita y el cómo se logrará el desarrollo.
No se trata de intervenir por el simple hecho de hacerlo, sino que requiere un estudio un tanto antropológico y sociológico, además de considerar los riesgos de la intervención.
El error generalmente está en el desconocimiento, el no saber el terreno que se pisa y caminar por ahí como si el mundo fuese tan solo de unos cuantos. El error es, el no ver más allá de uno mismo, cerrar los ojos y la mente a la inmensidad de posibilidades que esperan por nosotros, el dejar de cuestionarse.
Ese fue el mayor error de Corinne.
Si tan solo hubiese sido una antropóloga, o socióloga, o historiadora, o comunicóloga…seguro que le pudo haber costado un poquito menos de trabajo.
Si aquí en México, que es una nación multicultural nos cuesta ponernos de acuerdo en asuntos tan básicos como la educación o la forma de gobernar, las diferencias que podemos hallar de un país a otro, hacen de la comunicación un fenómeno complejo.
Lejos del asunto pasional entre Corinne y Lketinga, lo que se muestra es una compleja relación donde los sentidos y los hechos que rodean a esta pareja, demuestran las diferencias sociales y culturales que hay entre ella y él. Por ejemplo, podríamos hablar de un tema tan universal como el amor para partir de ahí. En este caso, el amor es entendido de diferentes formas en todos lados, incluso en nuestro mismo grupo de amigos; para Lketinga en el amor no había muestras de afecto o ternura, para Corinne, la forma occidental del amor, le sugería ternura y sensibilidad porque así se lo han enseñado.
Es decir, nosotros somos por lo que hay a nuestro alrededor, somos por los otros, nos construimos y nos construyen; y es en esa construcción colectiva, donde hallamos el sentido de lo que llamamos “vida”, porque incluso se nos dice cómo se debe vivir. Y no es que sea malo, de hecho, es necesario; sin embargo, el descubrimiento interno tiene que ver con ese libre albedrío del cual todos hablan y nadie dice cómo encontrarlo, mismo que sugeriría una autopoiesis, si la hubiera (ya nada es nuevo-Magritte).
Pero dejando de lado a las representaciones sociales del imaginario colectivo (imaginando creamos), pensemos en un tema más, el desarrollo. Corinne, como típica occidental capitalista, tenía una visión del desarrollo errónea para la comunidad en donde se encontraba, o más bien, para el matrimonio que había formado con su guerrero massai. Y es que siempre pensamos (como buenos occidentales) que el desarrollo es aquel que viene ligado al factor económico, lo que es una aberración en muchos entornos.
Quien de verdad está interesado en el desarrollo de alguna comunidad, es aquel que primero se documenta acerca de las costumbres del lugar, el modo de vida, las actividades económicas y culturales, las personas que dirigen a la comunidad y demás factores, que en conjunto, generan una visión amplia acerca de lo que es, lo que se necesita y el cómo se logrará el desarrollo.
No se trata de intervenir por el simple hecho de hacerlo, sino que requiere un estudio un tanto antropológico y sociológico, además de considerar los riesgos de la intervención.
El error generalmente está en el desconocimiento, el no saber el terreno que se pisa y caminar por ahí como si el mundo fuese tan solo de unos cuantos. El error es, el no ver más allá de uno mismo, cerrar los ojos y la mente a la inmensidad de posibilidades que esperan por nosotros, el dejar de cuestionarse.
Ese fue el mayor error de Corinne.
Si tan solo hubiese sido una antropóloga, o socióloga, o historiadora, o comunicóloga…seguro que le pudo haber costado un poquito menos de trabajo.
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