-No, no es fácil después
de todo…darse cuenta que el evitar algunas responsabilidades no hace que nos
salvemos de otras aún peores. Tener que hacerse cargo de un bebé, y peor aún,
de uno retrasado y todo a mis quince años…
El ciclo escolar
comenzó de lo más normal, 2° año de secundaria, época loca de fiestas y
desbarajustes por todos lados. Ya sabes, la típica historia de ir por el mundo
sin detenerse a pensar lo que se hace, la peor de todas las decisiones.
Me llamo
Alejandra, y en ese entonces planeaba una fiesta para celebrar mis 14 años;
estaba llena de expectaciones como cualquier niña sin darme cuenta que en un
instante todo cambia drásticamente.
Renata, mi mejor
amiga, era popular entre los chicos de la escuela, todos querían con ella, y a
decir verdad, claro que le tenía un poco de envidia, pero con el tiempo, ella
me fue enseñando algunos trucos para atraer miradas y dejar de pasar
inadvertida. Un día, a la hora de salida, estábamos sentadas afuera de la
escuela cuando de repente un carro se paró frente a nosotras, nos pitó y de él
salió un chico algo mayor, al parecer amigo de Renata quien se acercó para
invitarnos a dar una vuelta. Yo no quería, pero era imposible rechazarlo,
además, lo acompañaba un chico muy lindo y no pude decir que no. Así que nos
dirigimos a un bar cercano; ahí, el otro chico, llamado Raúl, me invito una
cerveza, al principio dudé un poco, pero después Renata me dijo era una
“mojigata cualquiera” y que no merecía ser su amiga al ponerla en tal ridículo,
de tal modo que no podía quedarme como una tonta diciendo que no tomaba, por
eso acepté, quería ser tan popular como ella y si eso me acercaba un poco, por
supuesto que lo haría.
Creo que llegué
como a eso de las 10pm a
casa, donde mi madre me esperaba furiosa y preocupada. Me gritó y me regañó por
oler a cerveza, pero yo no podía escucharla, todo daba vueltas; estaba asustada
y vomitando.
Después de ese
día, me sentí culpable con mi madre, ella es la única persona que tengo, mi
padre murió cuando yo tenía 4 años y no tenemos a ningún familiar cercano, así
que somos solo ella y yo.
Prometí no
volverlo a hacer. Sin embargo, en la escuela todo empezó a cambiar, Renata les
contó a mis amigos lo que había pasado, y en lugar de sentirme avergonzada, me
sentí orgullosa de mi hazaña; todos se mostraban interesados y comenzaron a
prestarme más atención.
Se acercaba la
fecha de mi cumpleaños, invité casi a media escuela, todos querían ir a mi
fiesta, Renata decía que se debía a la popularidad que ella me había creado
como una “chica grande” que toma con chicos mayores. También yo lo sabía, pero
no quería darle más problemas a mi mamá, así que le pedí a mi amiga que no
invitara a sus amigos mayores. “No te preocupes, tu fiesta será un éxito” me
aseguró.
Llegó el día
esperado, mi amiga llegó temprano me ayudó a adornar la casa para la fiesta. Ya
en la tarde comenzaron a llegar algunos de nuestros compañeros, la fiesta
comenzaba. Me sentía muy contenta, todos me abordaban para decirme “Feliz
cumpleaños Ale” “¡Qué buena fiesta armaste!” y cosas por el estilo. Mi madre no
se fue a acostar temprano, no se sentía del todo bien, así que la verdadera
fiesta comenzó. Todo iba perfecto, hasta que los amigos de Renata llegaron y
trajeron varias cajas de cerveza que pronto repartieron entre mis amigos.
Cuando fui a reclamarle a mi amiga, ella me dijo que me tranquilizara, que nada
saldría mal puesto que mi mamá estaba durmiendo y que todo estaría controlado.
No hice nada, todos se animaron más y se notaban contentos.
Al principio me
resultó complicado admitir eso, pero decidí que estaba bien, era divertido y me
uní a la fiesta.
La verdad no
recuerdo lo que pasaba a mi alrededor, las luces eran tenues, los sonidos
irreconocibles, miradas perdidas y Raúl, el chico de la cerveza…un cuarto, él,
yo, la mañana se colaba poco a poco por la ventana. Lo primero que pude
distinguir fue el techo azul de mi cuarto, seguido del suelo en donde caí para
luego levantarme e ir corriendo al baño a vomitar.
Cuando me
reincorporé, vi a Raúl acostado en la cama, aún durmiendo, y entonces, todo
comenzó a tomar sentido. ¡No era posible! Solo repetía en mi mente: “¡Por favor
que no sea cierto, por favor que no sea cierto!
Ya te imaginarás
lo que sucedió después, los gritos de mi mamá, las burlas en la escuela, los
chismes en cada esquina… Y yo, tratando de sobrevivir a todo eso. Dos meses
después todo empezaba a calmarse, hasta puede decirse que eso me hizo ser la
más popular en la escuela, Renata ya no era la más importante después de esa
fiesta.
Pero el gusto no
me duraría mucho tiempo. Tiempo después comencé a presentar signos de fatiga,
mareos, ascos, mi madre pensó que se trataba de algún malestar estomacal, de
algo que me había caído mal, jamás pasó por nuestra mente lo que en verdad era:
para mi desgracia, estaba embarazada.
Mi madre sigue
enojada conmigo, aunque no me lo diga, puedo ver la decepción en su mirada, en
su caminar, ya no es la misma de antes, tampoco yo. Nos cambió todo.
Dejé la escuela,
me aparté de mis amigos, Renata no me habla más, mi mamá comenzó a trabajar
turnos dobles para ayudar con los gastos que esto atrajo. A los cinco meses de
embarazo tuve una complicación, tuve amenaza de aborto y estuve en cama hasta
dar a luz. El médico me explicó que mi cuerpo aún no estaba preparado para ser
madre, mi organismo no podía soportar otro ser porque apenas estaba saliendo de
mi niñez, en una palabra, era una niña criando a otro niño.
A pesar de los
riesgos de la cesárea, todo salió bien, ambas estábamos vivas, la niña y yo,
sin embargo mi suerte iba de mal en peor…la niña nació con síndrome de Down.
Hoy cumplo 15
años, y en vez de tener una fiesta como cualquier otra chica, tengo una niña
retrasada, que solo se la pasa llorando y pataleando. Mi mamá se ocupa de ella
y me dice que por qué no la quiero, que es mi hija y tengo la obligación de
hacerme cargo de ella…pero en realidad no la soporto, me da asco, la odio, me
arruinó la vida, ha arruinado todo…
Un día de estos
me iré, no se a dónde, no importa, sólo me iré.