estaba negado
mirar hacia adentro
para no recordar
que éramos lo que no desean que seamos
porque nadie espera más allá de los sueños
G. Carrera
En el cielo se
extiende una tenue luz proyectada por un sol apenas visible, pequeño e indefenso
como retoño en pleno invierno. Montañas alrededor, vestidas de novia, pulcras,
recién visitadas por la brisa fría y sublime del lugar. Hoy brilla el piso, no
hay rastros del pasto verde que ayer saludaba a los transeúntes; un lienzo
níveo ha revestido recuerdos de un tardío verano.
Caen pequeños cristales del cielo, agua helada convertida en arena
movediza, suave y brillante. Delante, se abre un pequeño camino que conduce
hasta un lar de madera amparado por grandes árboles blancos, expectantes de peregrinos
perdidos. El aire glacial se asienta en las mejillas ateridas y errantes de las
personas; uno camina para no ser un árbol blanco más del paisaje: rígido,
yerto…
En una
ventana, se observa la figura de un hombre de cabellos negros sujetos detrás de
la nuca desprevenida, de barba caprichosa y ojos verdes, los cuales contemplan
la inmensidad de una cercanía incierta. Es Guillermo Carrera, un tipo normal que hace una cosa que se
llama trabajo de profesor y ciertamente, hoy no nos encontramos en la Facultad de Comunicación; hoy, nos hemos
transportado a un país lejano, a la Tercera
Roma septentrional. Salido de una
lejana narración, ahí está él, dispuesto a contarnos alguna de sus tantas
historias; una historia real, incierta, la suya.
Éxodos
Como seres
humanos, a muchos de nosotros nos agrada la idea de tener un solo comienzo,
alevosía teórica que ronda la mente, afortunadamente muchos están conscientes de
la innegable multiplicidad de comienzos. Para el profesor de la Facultad de
Ciencias de la Comunicación en la BUAP y también en la UDLAP, el suyo se
encuentra ligado al Distrito Federal; quizá su nacimiento haya sido en Puebla
pero el lugar que lo formó, fue aquél.
Hijo menor de una
familia de 5: mamá, papá, hermana, hermano y Guillermo. Todos ellos,
itinerantes en la República Mexicana. “Mi
infancia fue muy extraña, en el sentido de que mi familia se la pasaba viajando”
Un día se encontraban en Celaya, otro en Tijuana, uno más en Puebla y otro
más en el D.F… y mientras esto sucedía, el niño Guillermo veía la carretera
desde la ventana del coche, luego subía la vista y encontraba a las estrellas,
fieles compañeras en sus éxodos constantes.
El ausentismo del
lugar de pertenencia no es sinónimo de extravío o confusión, el hogar, a fin de
cuentas se puede hallar en cualquier sitio, su expresión es ligera y tímida al
comenzar, después, toma el camino peligroso de la confianza incompleta entre
enseres cotidianos: “Me parece que el
hogar es cuando estas con las personas que quieres…este invento de que hago mi
casita y ahí esta mi hogar es otro invento mas del ser humano para sentirse
dependiente de las cosas como siempre lo ha querido hacer “
Familias hay por doquier, historias sin fin por contar entre personas
viviendo juntas, sin embargo, éste no es el momento. Las distancias forman
trayectorias cuantificables, a veces, otras, simplemente se pierden a la vista
en el horizonte, sin ningún voluntario para medirlas. “Me enseñaron que tenía que desapartarme de esa primera familia y hacer
lo que tengo que hacer”
Los relatos
fluyen, pero no acerca de la familia, ese es un tema aparte, la mirada resuelta
del narrador construye un muro que separa intimidades colectivas de las
individuales.
Afuera, la nieve
ha cesado de bailar en el viento y adentro, en las paredes que alguna vez
fueron árboles vivos, se dibujan cuentos vivientes: dos niños pequeños sentados
en un vagón del metro; el periférico cómplice de los mismo niños que sin recelo
avientan huevos a transeúntes incautos y otros más que se mezclan entre risas inusitadas
y recuerdos certeros.
“La parte adolescente fue
complicada, no era un nerd, pero tampoco un desastre, era una combinación de
ambos” A los 13 años, los libros conocieron a un
ávido consumidor de letras e historias, no por obligación, sino por gusto;
letras que, dibujaron un panorama más amplio del que ya existía en la mente de
Guillermo. “La gente me veía muy raro, yo creo que desde entonces era yo neurótico” Pero eso no importaba mucho, las
preocupaciones colectivas no eran primordiales en su vida. Se dedicaba a vivir como lo había aprendido
desde pequeño, cuando aprendió que conocer personas y nuevos mundos con ellas,
significaba una aventura; por eso, a veces viajaba a escondidas, tomaba una
mochila y zarpaba a algún lugar de la República, quizá Guadalajara y allí,
aprendía de nuevo a ser alguien en un mundo.
Después de estudiar la siempre fácil Licenciatura en Matemáticas
(sarcasmo que ha salido como flecha invisible), decidió continuar con sus
expediciones a lo largo de la República Mexicana. No fue un camino corto, fueron
913 días de lecciones e historias que sirven hoy como destrezas para vivir,
para seguir haciendo y deshaciendo lo que presenta el porvenir. Historias que
se quedan ausentes en el descubrimiento de otras. No alcanza el tiempo ni el
ánimo para revelarlas.
El retorno a casa es siempre necesario
Después de buscar y encontrar,
algo hacía falta en la vida de Guillermo Carrera, estudiar Lingüística. Así lo
hizo. Al tiempo ya se ganaba la vida dando clases de matemáticas, y conociendo
la vida que en un futuro habría de acogerle ineluctablemente, la de ser
educador.
“Quise a hacer
lo que mis maestro no hacían, enseñar un poco bien…compartir con los demás lo
poquito que se….me encanta hacerlo, pero lo que me desespera es que los de enfrente
no reaccionen…me gusta la ‘comparticion’, compartir lo medianamente que se”
Con dos licenciaturas,
una maestría en ciencias del lenguaje, y próximamente un doctorado, el profesor
llena la agenda invisible que se extiende en su escritorio. Siempre con algo
qué hacer, si no es estudiar, dar clases, leer o memorizar algo, es tiempo de
salir y tomar, refrescarse de esa ardua tarea que llena su ser.
“Mi pasatiempo: disfrutar la vida”
Ahora que las ramas de un viejo
árbol golpean los cristales de la ventana, se ha vuelto incontenible preguntar
más allá del profesor espabilado; saber qué cavila en tardes como ésta donde la
nieve agudiza sonidos de pasos extraños y los sutiles rayos solares producen
juegos de luces en el aire, es naturalmente necesario.
Al cuestionar acerca de sus gozos
cotidianos, responde rápidamente con el gusto por la lectura. “Si yo tuviera toda la vida para leer sería
fabuloso”
Religión taciturna es para él la lectura. Y
así como en algunas religiones existe el cielo y el infierno, el profesor
menciona su trinidad: “Dostoievski es dios, secundado de Borges y Fernando Pessoa”;
en el infierno yacen Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire.
“Cuando leí a Dostoievski sentí que había encontrado algo, qué no lo se,
pero había encontrado algo. Nos habla de las profundidades del alma, mundo
internos”
Underground, un estilo característico de quien se descubre amante de The
Velvet Underground, Jimi Hendrix, Sonic Youth, Café Tacvba, Control Machete y
la fabulosa banda de El Peyote Asesino, nombres que se revelan con una leve
sonrisa en el rostro, como recordando sonidos enterrados.
Sin embargo, con tiempo,
pensándolo claramente, se descubre la verdad, “mi pasatiempo, ahora que lo pienso, es disfrutar la vida en todo su
esplendor”.
Ya vuelve la nieve, cae ligera y
constante. Ocasión como ésta no se desaprovecha. Salimos a caminar por la
vereda. A unos cuantos metros se encuentra un pequeño brazo del Moskvá, límpido
y homogéneo, enmarcado por arbustos alguna vez verdes y hoy pálidos.
Y de repente surge la pregunta
indiscreta ¿qué hay con el amor? Bueno, el paisaje es adecuado esta vez, el
semblante del hombre caminante se torna y vuelve a escucharse la voz que se
ampara en el recuerdo…
“El amor es algo que se desarrolla como el desarrollo de la conciencia,
porque cuando pensamos en amor pensamos en el hombre o la mujer perfecta…amar
es una capacidad que se va desarrollando con el paso del tiempo. Capacidad
humana que difícilmente la gente la desarrolla a plenitud, porque nadie quiere
en este tiempo perder tiempo dinero y esfuerzo; si yo te amo tu me tienes que
amar a fuerza, de la misma manera, con la misma intensidad. El acto del amor es
órale ésta es mi emoción este es mi corazón y te lo pongo en esta bandeja, este
soy yo, este es un intento de yo, soy así y así y así, no me gusta esto y esto,
y en la configuración de haber si puedo soportarlo, ahí se encuentra el amor…”
Parece una serpiente enterrada,
saliendo de la nieve alrededor del río; el invierno juega con nosotros para que
busquemos figuras como en las nubes, porque no nos damos cuenta que el cielo
esta en el suelo y el suelo en el cielo…Juegos perturbadores como amantes
señoriles.
“Amar es odiar al otro… el amor es un juego de miradas, caricias, de
intenciones, ideas, de todo, pero como juego debe ser cuidadoso porque está en
juego la vida de la otra persona”
Como niño al encontrar la verdad de las
verdades, se revela la proeza de la que no todos somos capaces y añoramos
sentir…“El amor lo puedo encontrar en
cualquier parte del mundo cuando alguien es capaz de mirar a los ojos a otro y
decirle de manera sabes que te amo demasiado”
Tal vez ha mencionado esto por su
estado, la sonrisa indeleble lo delata. Entre los árboles perennes y unos
cuantos más despojados de sus hojas, el sol comienza a declinar; Guillermo
Carrera está loco, él lo ha confesado; y entiéndase loco en el en sentido más
sano de la palabra, lo diferente en sí. “Dicen
que los locos como yo, odian a los perros y los perros odian a los locos porque
saben lo que son capaces de hacer” He ahí uno de sus temores, los perros,
asunto que no oculta en su poesía.
Como debe ser
A las personas les fascina el descubrir
recovecos de las intimidades ajenas, saber lo que sucede detrás de la puerta,
indagar acerca de muertos y desaparecidos, no por compasión sino por sorna
meditabunda. Sobre todo cuando se trata de inspeccionar a sus dioses.
Existe la duda y el silencio, en
el que vivimos cuando dudamos, cuando reímos y lloramos. Creemos en lo que
queremos que los otros crean que creemos y vivimos sintiendo que nuestra
estancia física se posterga hasta quien sabe quien quiera cuando, anidando
titubeos.

El maestro que camina de regreso
a casa después de una charla a orillas de un río congelado, se ocupa de éstos
pensamientos varias veces al año, como todo ser humano, “Creo que existe un poder superior, no se si sea dios, pero es superior
a mi, porque lo he vivido, hay algo que hace que se muevan las cosas…Inclusive
en la nada hay algo”
“Creo en la vida, en el ser humano, en la humanidad, en que podemos
hacer las cosas cuando tengamos las ganas de hacerlo. Creo en el budismo, una
filosofía de vida interesante.
El budismo no es una religión, es una forma de ver el mundo, que no
corresponde con esta cosa que se llama oxidente y digo oxidente con x de
oxidado.”
El viento se ha vuelto huraño,
los pasos se hacen raudos mientras la ventisca ataca de frente; la piel siente
pequeños cristales afilados. Pero no se puede decir adiós sin pensar en la
posteridad. Existe una tendencia a hacerlo.
Cada día se aprende algo nuevo,
se embarca en pensamientos lejanos de seres inciertos, se sumerge en aguas
profundas o superficiales que dejan bosquejos de civilizaciones antiguas,
perdidas y halladas en secreto.
El tiempo se ha agotado, el
temporal impide escuchar más relatos. Se agradece la oportunidad que se ha
presentado esta ocasión; conocer solo una ínfima parte de un ser no menos
interesante que debatido, aunque él no lo piense de esa manera.
Ahora que su casa ha quedado
detrás, después de un agradecimiento pertinente, en la luz de la ventana
aparece de nuevo la figura errante del hombre de barba inusitada; con su
tradicional postura serena, sorbe una taza de café, fiel compañero de
historias, esperando un alma dubitativa y famélica de conocimiento, alguien con
quien compartir su entendimiento.
No he volteado a observarlo, sé
que lo veré de nuevo. Prefiero quedarme con sus últimas palabras al
cuestionarle por su destino. Recordadas al compás de mi paso sobre la nieve en
un país extraño, donde he estado nunca, en mis sueños o en los de alguien más,
porque pedir soñar que se vive y disfrutarlo es un aliciente olvidado en
nuestra cotidianidad.
“Me gustaría ser recordado como una persona que vivió en el mundo, y que
trato de vivir lo máximo que se podía vivir, no me gustaría ser recordado como
una buena persona, tampoco me gustaría ser recordado como una mala persona, me
gustaría ser recordado como una persona en el mundo…creo que ese papel no me
corresponde a mi, no se…quiero que me recuerden como tengan que recordarme,
para bien o para mal.”



